No hay tu tía
En algún lado están los terrones de azúcar.
Clic de la felicidad
Happy Happy Joy Joy






viernes, octubre 29, 2004
Sépalo 
Communism doesn't work because people like to own stuff.
Frank Zappa


Update que nada que ver: soy medio marciano o harto campesino. Resulta que ahora nadie conoce las flores de ceibo ni que se pueden armar pajaritos con ellas. Por favor...

                                                       posteado por Adrián a las 1:29 p. m.



miércoles, octubre 27, 2004
¡Qué aguante! 
Antes de que termine el día, aviso que este blog cumple un año de existencia. Pero, ojo, no es "un año de existencia" como se podría decir acerca de una criaturita. La verdad, no sé cómo explicar este descuido y esta insistencia tan prolongada. El paso del tiempo, que le dicen.
La cuestión es que hace un año escribía el primer post, con intenciones de análisis político (ja, no recomendable. Lo arreglé pero nunca volví a postear la versión final). Después de unos meses en la incubadora, emprendí el rumbo actual (?). Bueno, eso nomás, para darle un gusto a la cronología. Archívese.
Por mi parte, aprovecho el aniversario para agradecer, por su obstinación lectora y por otras cosas, a: Baterflai, Lali Bélula, Tegusigalpa y, los ahora blogless, Marcelo, Rubén y Santiago. No siempre se presentan oportunidades de mandar al frente al a gente, así que esta no la desperdicio :)
También gracias por pasar a los que me han visitado más recientemente y a quien esté ahí ahora. Ayer estaba leyendo los comentarios y pensé que estaba bueno "esto de los blogs". Mirá cuánto tardé en darme cuenta.

                                                       posteado por Adrián a las 11:05 p. m.
Acerca de 
No soy yo quién escribe estas palabras huérfanas
Oliverio Girondo



En realidad sí soy yo. Un poco. Tarde. Pero. Un poco tarde, también. Mirame. El problema murmura en las manos ¿Cuándo? Escribo o decido quién ser, qué nombres habito, mis incumbencias tanteadas. Nadar de noche. Cómo me consuela la incertidumbre. Me pregunto quién esta vez.
No sé. De quién es esa lengüita que muerde tus labios, que resecó la niebla de un parque; de quién es ese aliento que bailó una lágrima reventada. Merodeabas, perro maldito. Has. Más bien, fuimos yo. Y otros, seremos. Ellos, inventándose, pidiendo tregua con los dientes incendiados de tanto decirse. Algo es clamor torrente en las manos ahora. Lo escribo. Un poco. Tarde. Así me convenzo de mí. Así me desencuentro: siendo yo, al fin.

                                                       posteado por Adrián a las 11:01 p. m.



domingo, octubre 24, 2004
Almorzando con... 
Lo más cercano a campanitas en la boca que encontré fue el arroz con ternerita, así que eso le ordené al mozo, mirándolo de forma que entendiera que me estaba refiriendo al menú y no a una ternerita de esas que andan por ahí, en el campo. Hay cosas que no se deben dar por sobreentendidas al tratar con estos mozos de lugares españoles.
Justo en ese momento pasaba una mesera jovencita llevando un plato con ternurita y pensé que, en realidad, yo quería eso. Revisé la carta otra vez y no encontré nada parecido. Decidí no cambiar mi orden, porque ahí, cuando se pide algo que no está en el menú, se tardan media hora más, por lo menos. La mesera siguió su rutina: nadie le pidió arroz con ternurita; ella no respondió qué-te-pasa-imbécil a nadie. Todos contentos, salando papas o desplazando ravioles sobre salsa.
En nuestra mesa, una de las mujeres hablaba por teléfono. Metida en el habla-que-te-habla y ya casi blablando, me miró con ojos de ternera celeste, como suplicando que la salvara de esa boca desbocada que se había apoderado de su ser. ¿O sería el teléfono? ¿o sería qué?
La otra, curiosamente, también tenía ganas de discursear. Le propuse que la del teléfono era ternera. Ella lo entendió, como si hubiera tenido sentido, y hasta me lo explicó. Habló de ovejas y parece que a mí me gustó mucho su teoría, porque me reí.
Finalmente, me trajeron mi plato y, al ver los cubos de carne, me lamenté un poco por el cuadrúpedo en cuestión.

                                                       posteado por Adrián a las 8:00 p. m.



jueves, octubre 21, 2004
¿Sería posible? 
Cuando éramos jóvenes, muy a menudo nos ocurría que no podíamos distinguir lo bueno de lo malo. Para resolverlo, invocábamos: si el hecho en cuestión fuera posible en El Socialismo, se debe pensar que es, por lo menos, no repudiable. Gracias a este método, sabíamos de la maldad de los automóviles Lamborghini, las publicidades televisivas, los perros con pullover, los relatores de fútbol y los lápices mecánicos marca BIC. Desde luego, había una nutrida colección de etcéteras, debida a la versatilidad de nuestra solución.
Hoy, aunque la matriz interpretativa de la realidad sea otra (o no), conviene seguir diferenciando lo bueno de lo que sólo es muestra (gratis u onerosa) de la imbecilidad naturalizada. Hay un universo estólido a disposición de quien desee intentarlo.

Fue un mensaje de la Hiposecretaría de Admnistración Total y Contaduría de Cepillos Dentales de la República Roja Manzana.

                                                       posteado por Adrián a las 3:31 a. m.



viernes, octubre 15, 2004
En suspenso 
La sensación es la de haber tirado una moneda hacia arriba y estar esperando, con la mano abierta, que finalmente caiga. Pero el instante y la espera se dilatan y, como nace una raicita súbita, uno empieza a sospechar que el mundo lo ha colocado en una situación estúpida: esperar lo que nunca va a ocurrir.
También pienso en el momento ínfimo en que, posando para una fotografía, surge la incertidumbre de si la foto ya ha sido tomada o no. Justo antes de preguntar “¿ya está?”, porque cuando se ejecuta la interrogación, la pose o el semblante se pierde y la respuesta deja de tener importancia.
¿Y las fotografías que nos sacan los extraños? Ellos tienen un timing desconocido, agravado por la falta de familiaridad con nuestra cámara y por la exageración del esmero. No vaya a ser que pensemos que no-saben-hacerlo. De todas formas, siempre desconfío, tanto de su pericia como de sus intenciones. Recuerdo que, cuando nos íbamos de vacaciones con mi primo, debíamos de parecer muy buena gente, porque todo el mundo nos pedía que le sacáramos fotos. En esa época desarrollamos el encuadre “a media cabeza”, que aplicábamos sin excepción a los beneficiarios de nuestra amabilidad. Ahora, ¡cómo no desconfiar!
La cuestión es que sigo en suspenso, como esperando la moneda. O, pensándolo bien, será que soy yo el que está tirado al aire sin saber si subo girando o corto el aire en mi caída o, en realidad, estoy ya por el suelo, rodando hacia un sitio inhallable.

                                                       posteado por Adrián a las 11:55 a. m.



viernes, octubre 08, 2004
Misterios de la publicidad 
Ayer prendí la tele y, como suele pasar, estaba Pancho Ibañez.
El tipo dijo:
el 98% de las personas que consumen un Danonino a diario, lo recomendarían

Veamos, esto es algo así como decir que el 98% de los que están a favor, están a favor (o –no seamos malos sofistas– estarían dispuestos a exteriorizar su favoritismo). La pregunta inevitable es ¿por qué el otro 2% que consume a diario Danonino no lo recomendaría?
- Porque son egoístas.
- Porque no les gusta, pero son masoquistas y lo comen igual.
- Porque se lo regalan y no les queda otra que comerlo.
- Porque no manejan el idioma.
- Porque son los conejillos de indias de Mastellone Hnos.
- Porque su ingesta diaria de lácteo los averguenza.

Escucho sugerencias para llegar al fondo de este asunto.


Otra cosa que deploro de las publicidades son los jingles cantados en inglés, grabados en Argentina por cantantes hispanoparlantes (se nota mucho) e ideados por creativos criollos. Supongo que la intención es tener un fondo musical donde la letra “no se entienda y no distraiga” o algo por el estilo. Da náuseas.
Me van a decir retrógrado, pero a esos publicistas que usan estas musiquitas de falsos gringos para vender pañales, teléfonos y etcéteras, los haría sorber una buena taza de mate cocido. Para que recapaciten. Salud.

                                                       posteado por Adrián a las 4:39 p. m.



miércoles, octubre 06, 2004
La prueba de vuelo 
La pregunta de esa tarde era cuánto podía uno desenchufarse. Llegar a una respuesta -o a convencerse de que no había respuesta- implicaba dejar de lado lo superfluo y seguir viviendo sólo con lo esencial. Ser auténtico. ¿Pero cómo discriminar? ¿cómo desenmarañar el tejido de los días? ¿de qué piolín flojo tirar?
Pensó en los “piolines” y sonrió, porque esa era un palabra tan pasada de moda, sobre todo ahora, que todo el mundo pretendía haber nacido escuchando OK Computer. Continuó con los piolines, los barriletes, los flecos rojos y azules, el cuadrilátero de papel encallado en aquel sauce de avispas temidas. Los recuerdos hablaban en una jerga impresentable y –¿por qué confiar?– tergiversada. Pero algo era seguro: esa época había sido esencial. Un poco de maña y unos nudos bien hechos bastaban para volar.
Cuando salía de la estación del subte pensó que, de a poco, podría ir separando lo superfluo de los barriletes; todo lo que fuera lastre inútil en la existencia, de lo que despegara con una simple brisa, como si pudiera someter cada instante de su vida a una prueba de vuelo.

                                                       posteado por Adrián a las 1:48 a. m.