La sensación es la de haber tirado una moneda hacia arriba y estar esperando, con la mano abierta, que finalmente caiga. Pero el instante y la espera se dilatan y, como nace una raicita súbita, uno empieza a sospechar que el mundo lo ha colocado en una situación estúpida: esperar lo que nunca va a ocurrir.
También pienso en el momento ínfimo en que, posando para una fotografía, surge la incertidumbre de si la foto ya ha sido tomada o no. Justo antes de preguntar “¿ya está?”, porque cuando se ejecuta la interrogación, la pose o el semblante se pierde y la respuesta deja de tener importancia.
¿Y las fotografías que nos sacan los extraños? Ellos tienen un timing desconocido, agravado por la falta de familiaridad con nuestra cámara y por la exageración del esmero. No vaya a ser que pensemos que no-saben-hacerlo. De todas formas, siempre desconfío, tanto de su pericia como de sus intenciones. Recuerdo que, cuando nos íbamos de vacaciones con mi primo, debíamos de parecer muy buena gente, porque todo el mundo nos pedía que le sacáramos fotos. En esa época desarrollamos el encuadre “a media cabeza”, que aplicábamos sin excepción a los beneficiarios de nuestra amabilidad. Ahora, ¡cómo no desconfiar!
La cuestión es que sigo en suspenso, como esperando la moneda. O, pensándolo bien, será que soy yo el que está tirado al aire sin saber si subo girando o corto el aire en mi caída o, en realidad, estoy ya por el suelo, rodando hacia un sitio inhallable.
viernes, octubre 08, 2004
Misterios de la publicidad
Ayer prendí la tele y, como suele pasar, estaba Pancho Ibañez.
El tipo dijo:
“
el 98% de las personas que consumen un Danonino a diario, lo recomendarían”
Veamos, esto es algo así como decir que el 98% de los que están a favor, están a favor (o –no seamos malos sofistas– estarían dispuestos a exteriorizar su favoritismo). La pregunta inevitable es ¿por qué el otro 2% que consume a diario Danonino no lo recomendaría?
- Porque son egoístas.
- Porque no les gusta, pero son masoquistas y lo comen igual.
- Porque se lo regalan y no les queda otra que comerlo.
- Porque no manejan el idioma.
- Porque son los conejillos de indias de Mastellone Hnos.
- Porque su ingesta diaria de lácteo los averguenza.
Escucho sugerencias para llegar al fondo de este asunto.
Otra cosa que deploro de las publicidades son los
jingles cantados en inglés, grabados en Argentina por cantantes hispanoparlantes (se nota mucho) e ideados por creativos criollos. Supongo que la intención es tener un fondo musical donde la letra “no se entienda y no distraiga” o algo por el estilo. Da náuseas.
Me van a decir retrógrado, pero a esos publicistas que usan estas musiquitas de falsos gringos para vender pañales, teléfonos y etcéteras, los haría sorber una buena taza de mate cocido. Para que recapaciten. Salud.
miércoles, octubre 06, 2004
La pregunta de esa tarde era cuánto podía uno desenchufarse. Llegar a una respuesta -o a convencerse de que no había respuesta- implicaba dejar de lado lo superfluo y seguir viviendo sólo con lo esencial. Ser auténtico. ¿Pero cómo discriminar? ¿cómo desenmarañar el tejido de los días? ¿de qué piolín flojo tirar?
Pensó en los “piolines” y sonrió, porque esa era un palabra tan pasada de moda, sobre todo ahora, que todo el mundo pretendía haber nacido escuchando OK Computer. Continuó con los piolines, los barriletes, los flecos rojos y azules, el cuadrilátero de papel encallado en aquel sauce de avispas temidas. Los recuerdos hablaban en una jerga impresentable y –¿por qué confiar?– tergiversada. Pero algo era seguro: esa época había sido esencial. Un poco de maña y unos nudos bien hechos bastaban para volar.
Cuando salía de la estación del subte pensó que, de a poco, podría ir separando lo superfluo de los barriletes; todo lo que fuera lastre inútil en la existencia, de lo que despegara con una simple brisa, como si pudiera someter cada instante de su vida a una prueba de vuelo.