No hay tu tía
En algún lado están los terrones de azúcar.
Clic de la felicidad
Happy Happy Joy Joy






martes, abril 11, 2006
¡Qué porquería! 
Viaje largo
Plaza Miserere, Once. La gente sube en fila al colectivo línea 88, que inicia recorrido en ese lugar para luego escalar la numeración de Avda. Rivadavia hasta Ramos Mejía. Cuando no quedan más asientos, algunos apurados, entre los que lamentablemente me incluyo, deciden entrar igual.

Un asiento
Sucedió un día que, cuando el colectivo estaba por arrancar, subió una chica con una mininiña en brazos. Era de esperarse que alguien le cediera un asiento, pero no fue así. En cambio, una mujer mayor ubicada en la tercera fila de asientos, que de ahora en más llamaremos Señora Sentada, se dispuso a instruir a la chica acerca de una panoplia de leyes imaginarias relacionadas con los asientos de ómnibus. Esas leyes establecían que la chica tendría que haber esperado otro colectivo y que, a consecuencia de su falta, no recibiría asiento, ni amor, ni piedad alguna. Tratando de evitar empeñarse en una discusión sorprendente con Sentada, la chica con mininiña pidió más atrás que alguien le diera un asiento, pero todos sancionaron y acataron la ley de Sentada.
Arrellanados en el oprobio y aprobados por el silencio de la mayoría sentada, los pasajeros leguleyos vieron arrancar el colectivo. La indiferencia conveniente, encarnada en sujetos anónimos pero reales, funcionó cual masa votante de M*n*m. Sinceramente pensé que, de los involucrados, muchos habían votado por la reeleción y aun lo harían. ¡Por supuesto que sí!
En ese momento me dediqué a pensar en cosas con signos de exclamación, como, por ejemplo, un conejo con signos de exclamación. Porque el conejo no es muy exclamativo que digamos, así que para mejorar su capacidad de expresión le convendría llevar en el bolsillo un punto gordo y un palito.

El propalador
El caso parecía definido a favor de los sentadizos, cuando, de pronto, en Almagro subió El propalador, que vino a darse el gusto de propalar.
Indignación: “¡cómo puede ser que nadie le de un asiento a la señora!”. La voz filosa pero algo envejecida y coloreada de vino resonó en los confines del bus.
La Señora Sentada utilizó los mismos argumentos que antes le habían dado la victoria. De ellos, el más poderoso era el peso de su inamovible trasero y el de los demás traseros circundantes, fuerza política que calculé en 1,6 toneladas. Como se verá más adelante, este es, de principio a fin, un asunto de traseros.
Lamentablemente para Señora Sentada, El propalador disponía de artillería de grueso calibre. Pero así de grueso: “¿usted no tuvo hijos, le cayeron del cielo?”, “¡Qué madre, por favor! Después quieren que les regales flores el día de la madre!”. Arreciaba la lucha verbal y el pasaje más alejado no sabía si derivar su ánimo hacia la indignación, el llanto o la jocosidad.
Pasaron las cuadras y la chica con niñita seguía parada. Pronto nuestro propalador parecía aplastado por las 1,6 Tn, y cada tanto lanzaba al aire alguna frase que mostraba su progresivo debilitamiento retórico. De “se los trae la cigüeña” llegó a “se le va a paspar el culo”.

No me llamo un asiento
En un momento real pero rodeado de la niebla y asincronía de los sueños, un joven pasajero, de esos jóvenes que siempre deberían ceder el asiento, se paró y ofreció el suyo. “Vení, sentate, pero vos no tendrías que haber subido”. El trueque era evidente: a la chica le ofrecían un asiento a cambio de claudicar y firmar una suerte de certificado de mal hacer. Y no claudicó: “nene, sos un bocón. Metete el asiento en el trasero…”, respondió la chica con dignidad. Vale decir que esta declaración sorprendió hasta al mismísimo propalador.

La ley
Ausente de la lucha y la imprecación habida a sus espaldas, manejaba el colectivero. Recién despertó en el barrio de Flores: “a ver, ¿quién le cede el asiento a la chica? Los cuatro primeros asientos están reservados…” Nadie respondió con acto ni palabra. Y se escuchó un murmullo increíble: “este chofer no tiene autoridad”.
Entonces el chofer sin autoridad opinó que íbamos todos a la comisaría, lo que por fin me sacó una sonrisa. Pero enseguida apareció el asiento –que por supuesto no fue cedido por Sentada– y la chica con mininiña por fin se pudo sentar, después de 4,2 kilómetros de disputa.

                                                       posteado por Adrián a las 3:20 p. m.