No hay tu tía
En algún lado están los terrones de azúcar.
Clic de la felicidad
Happy Happy Joy Joy






viernes, junio 15, 2007
No interesante 
Se viene la "ola polar" y me doy cuenta de que los mini-fin-del-mundo me provocan cierta alegría.
Mal por mí. Debo ser un poco nefasto, sospecho.
¿Paro de subtes? Me refocilo.

No entiendo a la gente que come conejo. No sé qué clase de educación recibieron ni por qué nos llevan a este choque de civilizaciones.

En la serie de televisión más vista en los Estados Unidos, el tipo que tiene el poder de hacerse invisible se dedica a robar celulares.
Así está el mundo.

                                                       posteado por Adrián a las 5:42 p. m.



miércoles, junio 13, 2007
La rata inmanente de la vida 
Son fabulosas las historias de la mesera del bar de la esquina. En el sótano de ese bar dominan la oscuridad y los ruidos aterradores de lo acechante: la rata, ser que durante largos tiempos de la historia se ha diluido en la esencia misma del lugar. Desde luego, gran escándalo y fascinación de los presentes ante las revelaciones sórdidas de la muchacha. A su empleador le crecen ratas, explica, y uno se imagina al viejo en el acto resignado de dar brote a minúsculos mamíferos. Él ha llegado a encariñarse, cuenta la mesera, mientras el público se enardece por la atrocidad del relato y por las tetas que se suman a los esfuerzos expresivos de ella.
No temáis, pajeriles empleados editoriales: yo, meserita de la esquina, os protegeré de la rata y la vida será suave, milagrosa como la espumita del café con leche. Pero la imaginación: pero la rata gordita, negra, poniéndose de acuerdo con otras ratas, organizando el partido, los dogmas y la planificación total del ratifundio: bañarse en el café con leche, mordisquear las medias lunas, dejar pelitos y caquitas en todo, someter a chicas y viejos que se opongan, brotarles, si es necesario. Ella vuelve a prometer la mayor custodia, absurdos escudos misilísticos en Checoslovaquia, para preservar las espumitas mágicas, y se va.
Los que se quedan examinan sus medialunas con lupa y cuentahilos. Mientras las mastican empiezan a escuchar ruiditos que vienen de abajo y de dentro de las paredes. Pero mastican y saborean la espuma del desayuno, porque al fin y al cabo, qué pueden hacer frente a la rata, frente a las palomas que ya han puesto un nido cerca de la ventana.

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Eso, querido Papá Noel, son los tipos de problemas a los que uno se ve entregado por la falta de una Máquina de Café.

                                                       posteado por Adrián a las 4:40 p. m.



martes, junio 12, 2007
Acerca de la Coca Zero 
A veces, en el ser apiñado que se forma dentro del colectivo 105, tengo ganas de agarrame a las trompadas con alguien. Porque cuando uno se sube al 105, pasa a formar parte de un animal tonto, resollante, conformado de carnes y abrigos, que va perdiendo y ganando sus moléculas en las ditintas paradas del recorrido. Por hay esos arrebatos de individualidad de los churrasquitos abrigados, que dicen: a este le hago la pelea.
Cuando uno le va a hacer la pelea a un desconocido, deberá proceder con el mayor de los cuidados; es decir, tendrá que asegurarse de que la victoria sea plausible. Además, hay que dejar de lado la riña con niños y con viejas, a menos que uno sea niño o vieja, porque ellos gozan del apoyo popular y ganan aliados rápidamente.
Yo sé que ya son varios los que buscan pelea en el 105, y también los hay en el 146 y en el 24. Esta línea de colectivos tiene, también, choferes peleadores que cada tanto fajan a algún flaco para hacerse los misteriosos. Pero, ¿ellos entienden? ¿forman parte del resollar?

Acerca de la Coca Zero habría que dejar en claro que no tiene nada que ver con lo que se dijo antes, pero siempre conviene sumarse a una campaña fuerte (?). Lo que se sabe es que se vienen nuevos episodios de gresca y altercados: habrá peleas en el cine y en los botes que dan paseos por el Tigre. Mantenga la sintonía y la guardia en alto.

                                                       posteado por Adrián a las 5:24 p. m.



lunes, junio 04, 2007
Siniestro Ediciones 
Lo primero a saber es que Siniestro Ediciones es, en realidad, un secreto sólo conocido por sus integrantes y, formalmente, no existe. La fachada de esta usina de cultura es la propia de algo que no es: a Siniestro Ediciones se ingresa a través de una puerta roñosa en un bar para borrachos de la estación Chacarita. Aquí no hay utilería: el bar y los borrachos son reales, y gracias a ellos, a sus repelentes emisiones de todo tipo, se abarata el costo que exige el alquiler de las oficinas. Alguna vez, se llegó a comentar que directores de Siniestro, ataviados con barbas postizas, reclutaban bebedores de distintos barrios para garantizar la supervivencia de aquella infecta pocilga y así evitar un alza en las expensas del edificio.
Tras pasar la puerta roñosa del bar, uno se encuentra la recepción de Siniestro, ornamentada con las últimas publicaciones y con una tímida recepcionista que suele tener 18 años y que suele durar un máximo de 3 meses en su puesto. Como nadie ajeno a la organización aparece en la recepción, la chica se limita a atender el teléfono –“Panadería La Tostada, buenos días”– y a resistir los intentos de seducción y/o cópula ejecutados, con más o menos circunloquio, por los distintos escalafones del staff. Es cierto que, de vez en cuando, se infiltra algún borracho para hacer sus necesidades o para dormir, pero eso no es parte, digamos, de la mecánica aceitada y rígida que regula el funcionamiento de este oculto y eficaz dispositivo empresarial.
El espacio de la redacción es más bien acogedor, aunque se respire un aire cuchitrilesco, rojizo, y todos vivan quejándose por la falta de lugar. Como ahí antes funcionaba un cine porno, los suelos tienen una inclinación marcada y en distintos rincones todavía se encuentran manchas y escrituras cariñosas de aquellas épocas legendarias.
La pendiente es traicionera y no es raro ver a un redactor rodar por el suelo directo a las oficinas de la dirección, que están en la parte más baja, donde en el cine estaba la pantalla, para evitarle a “los gordos” el exceso de ejercicio. Cada tanto, cuando ellos salen a mirar el trabajo o a tirarse lances con las mujeres que hacen la limpieza, saludan con las cejas al amo supremo que se ubica sobre todos, en el viejo cubículo del proyector. Nadie sabe su nombre y nadie lo tiene visto; sólo se lo conoce como El Ojo.

                                                       posteado por Adrián a las 2:11 p. m.